3
«Choque de opiniones.»
«Choque de opiniones.»
D
ejó escapar un sonoro bostezo y terminó de abotonarse la camisa del uniforme. Miró el reloj que colgaba de una de las paredes de su habitación, nunca en su vida se había despertado tan temprano. Odiaba madrugar… era, con diferencia, una de las cosas que más le costaba hacer, pero a partir de ahora no le quedaría más remedio que acostumbrarse. Su padre los había inscrito en el transporte escolar y su parada era una de las primeras de la ruta, por lo que tenían que salir de casa bastante antes de lo que lo harían si fuesen en coche.Se colgó la corbata al cuello y se estiró las medias hasta la rodilla. Tendría que darse prisa si no quería perder el autobús.
- ¡¿Te queda mucho?! – gritó su hermano desde el piso de abajo - ¡Mira que me marcho sin ti!
- ¡Ya voy, ya voy!
Cogió el jersey con una mano y la mochila con otra y salió de la habitación a toda velocidad. Su hermano la esperaba a los pies de la escalera con cara de malas pulgas.
- ¡Date prisa! – la apremió al ver que se detenía en el vestíbulo para meterse el jersey por la cabeza – Perderemos el autobús…
- ¿Dónde está Lucía? – preguntó ella, ignorando por completo las protestas de Miguel.
- ¿Qué haces cuando papá nos cuenta las cosas? – volteó los ojos y abrió la puerta de casa – No va en nuestro autobús.
- ¿Por qué? – aceleró el paso y alcanzó a su hermano antes de que saliese al jardín.
- En serio… ¿qué estuviste haciendo ayer? ¡No te has enterado de nada! – y abriendo los ojos de forma teatrera - ¡Ahh! ¡Es cierto! Que estuviste dando un paseo con tu nuevo novio…
- ¡No empieces con tus tonterías! ¡Jaime no es mi novio! – le advirtió a la vez que abría la verja del jardín - ¿Me vas a decir por qué no viene en nuestro autobús o no?
- Diferencia de horarios – se encogió de hombros – Infantil y primaria entran una hora más tarde, así que su autobús pasa una hora más tarde.
Asintió con la cabeza y envidió la suerte de Lucía de poder dormir un poco más. Metió la mano en el bolsillo inferior de su mochila y de él sacó una chocolatina. Con las prisas no había tenido apenas tiempo de desayunar y teniendo en cuenta el número de horas que tendrían que pasar en el colegio, no podía permitirse ir con el estómago vacío.
- ¿Ya estás comiendo? – le preguntó Miguel con cierto tono de reproche.
Ella simplemente se encogió de hombros y le pegó un mordisco a la chocolatina.
Terminaron de bajar la cuesta que les llevaba hasta la parada del autobús en silencio. En realidad, ninguno de los dos era demasiado parlanchín. No cuando estaban juntos al menos… Miguel era la persona que más conseguía crispar sus nervios, aunque seguramente eso es algo bastante típico en los hermanos. Discutían, protestaban el uno del otro, se picaban, se ignoraban… pero pese a eso, Marisa sabía que si alguna vez alguien llegaba a meterse con su hermano, ella sería la primera en saltar a defenderlo. Y no dudaba que Miguel hiciese lo mismo con respecto a ella.
Torcieron a la derecha y alcanzaron la marquesina. Jaime ya se encontraba allí, sentado en el banco de la parada y con su peculiar sonrisa pintada en la cara. Se preguntó tontamente como hacía para sonreír tan de mañana…
- Buenos días – los saludó cuando llegaron a su lado -, ya pensé que no llegabais.
- Culpa de ella – Miguel la señaló con el dedo y se sentó junto a Jaime.
Marisa esbozó una sonrisa culpable y tiró el envoltorio de la chocolatina a la papelera a la vez que se metía el último pedazo en la boca. Miró hacia el fondo de la carretera y rogó para que el autobús no tardase mucho en llegar, hacía demasiado frío y tenía las piernas congeladas.
- ¿Todavía sigues con la idea de montar un follón por el fútbol? – preguntó Jaime de forma curiosa.
- No voy a montar un follón.
Miguel levantó la vista del comic que estaba leyendo y los miró con intriga. La palabra “fútbol” solía causar ese efecto en él…
- ¿Qué es lo que pasa?
- Tu hermana… - explicó Jaime de igual forma que si ella no estuviese delante – que está dispuesta a cambiar las normas del colegio.
- ¿Y cuáles son esas normas?
- Solamente los chicos pueden formar parte del equipo de fútbol.
- ¿Cómo? – exclamó con los ojos como platos - ¡Pero eso es absurdo!
- ¿A qué sí? – intervino ella por primera vez – Nunca pensé que diría algo así, pero… MUCHAS GRACIAS, Miguel.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Inscribirme de todas formas – contestó con un encogimiento de hombros.
- No te va a servir de nada – canturreó Jaime.
Marisa no tuvo tiempo de replicar, porque en ese momento el autobús paró delante de ellos. Tomó aire y dejó que pasasen primero Jaime y su hermano. Ya se había puesto de mal humor… no podía evitarlo, esa actitud tan retrógrada podía con ella. Puso un pie en el primer escalón y alzó la cabeza para ver por encima del hombro de Miguel, intentando localizar a alguien más de su clase en el autobús, pero lo único que consiguió fue tropezar con el siguiente escalón y estar a punto de caer de bruces.
- ¡Epa! ¡Cuidado que me vas a dejar los dientes de recuerdo!
Intentó recobrar el equilibrio y miró al conductor por el rabillo del ojo. Era el mismo chico que había interrumpido su presentación el día anterior. Se acordó entonces de las palabras de Lara: su trabajo “oficial” era llevar el transporte escolar.
- ¿Estás bien? – la agarró de un brazo y la ayudó a incorporarse.
Ella asintió y se apresuró a buscar asiento. Situaciones como aquella eran típicas de ella; tropezar y caer en medio de toda la clase, quedarse sin habla cuando le tocaba exponer algo… era un imán para la mala suerte. Escuchó como su hermano se reía un paso por delante de ella y sintió que sus mejillas empezaban a arder. Si no fuese porque eso le haría parecer aún más ridícula, le pegaría una colleja.
- ¿Qué haces? - le preguntó poniendo los brazos en jarras al ver el lugar en el que se estaba sentando. – Ahí voy yo.
- ¿Acaso pone tu nombre en el asiento? – Miguel se acomodó mejor e ignoró sus protestas.
Apretó los labios y miró a Jaime, quien estaba situado junto a la ventana y sin posibilidad de salir debido a que la mochila de su hermano le obstruía el paso. Se encogió de hombros como pidiendo disculpas y ella resopló. Solamente conocía a una persona en todo el autobús y justo Miguel tenía que ir a sentarse con ella…
- ¡A ver, la nueva! – el grito de Lucas hizo que pegase un respingo a causa del susto. Entrecerró los ojos y le lanzó a su hermano una mirada hosca - ¿Te quieres sentar ya?
Y encima le echaban la bronca… Apretó los puños y retrocedió hasta la primera fila, dejándose caer en el asiento que se encontraba tras el del conductor. Tenía la impresión de que el día no le iba a resultar tan bueno como el anterior… Se sacó los cascos del bolsillo de su mochila y encendió la música, apoyando la cabeza contra el cristal de la ventanilla y cerrando los ojos. Todavía debían de tener cerca de tres cuartos de hora de viaje, si conseguía despejar su mente podría quedarse dormida.
Después de cuatro canciones, cuando estaba a punto de dejarse vencer por el sueño, alguien se dirigió a ella haciendo que se despertara. Abrió los ojos de mala gana y se encontró con Rebeca dando gritos a su lado. Justo lo que le faltaba… se quitó un casco y fingió escuchar lo que le decía.
- … así que ya te estás levantando.
- Perdona… - se sentó un poco más erguida y cruzó los brazos - ¿Qué has dicho?
- ¿Me estás tomando el pelo o es que estás sorda? – chilló con su voz estridente.
Ahora que la tenía de frente, tenía que reconocer que no tenía nada de especial. Todo aquello que el día anterior le había hecho destacar por encima de los demás se había esfumado como por arte de magia. No era más que una chica guapa que sabía cómo sacar provecho de sí misma. El uniforme le sentaba como un guante, la mochila le iba a conjunto con la cazadora e incluso el pelo estaba excesivamente colocado. En su opinión, tanta perfección resultaba antinatural.
- ¿Me quieres dejar de mirar como si fueses boba y cambiarte de sitio?
Sacudió la cabeza y regresó a la realidad. No le hubiese supuesto nada cederle el asiento de habérselo pedido con buenos modos, pero ahora se pensaba quedar allí apalancada simplemente por fastidiar un rato.
- Lo siento, pero no.
- ¿Cómo dices? – Rebeca abrió la boca de forma dramática. Por lo visto no estaba acostumbrada a que le llevasen la contraria.
- Que no me pienso cambiar – y se volvió a colocar el caso dentro de la oreja, bajando el volumen de forma disimulada para poder escuchar su reacción.
- Rebeca, ¿qué pasa que estás todavía de pie? – preguntó Lucas mirándolas a través del espejo retrovisor.
La rubia se giró y adoptó una expresión apenada. Marisa volteó los ojos, estaba empezando a sentir lástima por ella…
- ¡Es la nueva! – la acusó, señalándola con el dedo – Qué no me deja sitio…
- Si realmente queréis que me cambie – replicó antes de que Lucas tuviese tiempo de contestar nada, volviéndose a quitar los cascos – tendrás que parar el autobús, levantarte y arrastrarme hasta un nuevo asiento. – y mirando a Rebeca con aire inocente – A mí nadie me dijo que las butacas tuviesen dueño.
- ¡Pues te lo digo yo ahora! ESE es MI asiento.
Marisa sostuvo su mirada dispuesta a no ser la primera en apartar los ojos. En el fondo, toda esa situación le divertía de sobremanera; Rebeca parecía a punto de echar humo por las orejas. Finalmente fue la rubia quien apartó la vista, volviendo a mirar hacia Lucas de forma suplicante.
- ¡Dile algo, Lucas!
- Venga, Rebeca… ¿Qué importa un asiento u otro? – Marisa se sorprendió de que no le hubiese dado la razón a Rebeca y desvió la vista hasta posar sus ojos sobre la nuca de él – Busca sitio ya, que no me gusta nada que estéis de pie tanto rato.
Sonrió de forma triunfante y miró a Rebeca con las cejas alzadas. Esta entornó los ojos, frunció los labios y se sentó al otro lado del pasillo, mirando por la ventana con gesto enfurruñado.
Un par de filas más atrás se podían escuchar las risas de Jaime y de su hermano. Miró a Rebeca de soslayo y por la expresión que tenía, dedujo que ella también los estaba oyendo. Marisa curvó los labios en una sonrisa y estuvo tentada a levantarse y mirarles por encima de los respaldos, pero ya había llegado a su tope de jaleos por la mañana y lo único que iba a conseguir si se ponía de pie era otra regañina.
Se puso de nuevo los cascos y cerró los ojos. Debían estar ya casi a mitad de camino de la escuela, pero unos minutos de sueño no se los iba a quitar nadie.
Aún quedaba media hora para que comenzasen las clases. No entendía para qué tenían que madrugar tanto y salir tan temprano si el autobús llegaba con esa antelación.
Se sentó en su pupitre, intentado ignorar las miradas envenenadas que le estaba lanzando Rebeca unas filas más atrás, y sacó el diario de Celia de dentro de su mochila. Necesitaba concentrarse en algo que no fuese el grupito de las populares o terminaría poniéndose de los nervios…
5 de Julio de 1951
Creo que hoy va a ser uno de esos días que recordaré durante el resto de mi vida. No podría olvidar ni uno solo de los detalles; el pan recién hecho del desayuno, la pequeña discusión entre mis padres al salir de casa, la ropa que llevaba puesta… Son cosas insignificantes, pero siento que se me han quedado gravadas a fuego y que tendrán que pasar muchos años para que yo me olvide de ellas.
Cuando nos apeamos del coche frente a la iglesia, lo primero que se me vino a la cabeza fue que nos habíamos equivocado de barrio. No sé lo que duró el trayecto desde casa hasta allí, pero lo seguro es que nos tuvimos que dejar lo menos media docena de iglesias por el camino. Era un barrio humilde que se encontraba casi a las afueras de la ciudad, estaba rodeado de agua y tenía un centenar de barcos pesqueros anclados en el puerto. La gente era sencilla… estoy segura que desentonábamos más de lo que ellos hubiesen desentonado en nuestra propia casa.
- ¿Dónde estamos? – preguntó mi hermano al salir del coche.
- El Barrio Pesquero – informó mi padre encaminándose hacia la puerta de la iglesia.
- ¿Y qué hacemos aquí? ¿No podíamos ir a misa más cerca de casa?
- Celia… - me advirtió mi madre – No empieces.
- Tiene razón, mamá – mi hermano miró hacia ambos lados y frunció el ceño en un gesto de desaprobación – Este barrio no parece demasiado recomendable…
- ¡Ya vale, Carlos! – mi madre nos miró con fijeza y ambos desistimos de protestar más. – Si vuestro padre ha elegido esta parroquia seguro que es por alguna buena razón, ¿no es así, Alfonso?
- Alberto, el párroco, es el hijo de un viejo conocido – puntualizó mi padre como toda explicación.
Nadie preguntó nada más. Con papá las cosas son así, cuando emplea ese tono decisivo todos sabemos que es mejor no insistir en el tema.
Mi madre nos hizo un gesto con la cabeza y pasamos al interior de la iglesia. Me sorprendió la cantidad de luz que entraba procedente de la calle; en la mayoría de las iglesias, las vidrieras apenas dejaban que el sol traspasase, pero aquí ocurría precisamente todo lo contrario. Resultaba extraño…
- Que barrio más raro, ¿no crees? – le susurré a María al oído.
- A mí me gusta…
Carlos llamó nuestra atención en ese momento y nos acercamos hasta donde se encontraba con nuestros padres. Estaban al pie del altar hablando con un muchacho más o menos de la edad de mi hermano; de no ser porque me di cuenta de que llevaba alzacuellos, estoy segura que nunca me hubiese imaginado que se trataba del párroco. Era demasiado joven.
Intenté prestar atención a lo que decían para poder unirme a la conversación, pero las ganas de conocer todo lo que nos rodeaban pudieron conmigo. Le hice un gesto a María y, de forma sigilosa, nos alejamos hacia la puerta.
- ¿Dónde vais? – nos preguntó mi madre antes de que pudiésemos salir al exterior.
- Eh… me he olvidado algo en el coche – improvisé intentando sonar sincera – Ahora volvemos.
Salimos a la calle y respiré hondo, alzando la cabeza y dejando que el sol me pegase de lleno en las mejillas. Cuando volví a abrir los ojos me encontré con María mirándome de forma severa.
- ¿Qué estás tramando?
- ¿Yo? – sonreí de forma inocente - ¡Nada!
- Vamos, Celia… que te conozco.
Me mordí el labio y comencé a caminar con dirección al puerto. A veces María resulta mucho más madura que yo, mucho más responsable… al menos eso es lo que repite mi madre todo el tiempo. Pero con la oportunidad que habíamos tenido de escapar de mis padres, lo que menos me apetecía hacer era pensar con responsabilidad…
- ¡Ya me ha contado mi primo la bronca que has tenido con Rebequita en el autobús! – el grito de Lara le sorprendió y Marisa pegó un bote en el asiento.
Cerró el diario con rapidez y lo volvió a guardar en la mochila. Pese a que la voz de Lara había interrumpido su lectura, sentía que aún no había desconectado completamente de la historia. Carlos… no era la primera vez que el nombre salía en el diario, pero el primer día lo había pasado por alto. Su abuelo Carlos era el hermano de Celia. No entendía, en toda su vida había oído hablar de “la tía Celia”.
Se moría de ganas de leer el final de ese día, pero tendría que esperar por lo menos hasta que terminasen las clases para poder hacerlo.
- ¡Qué genial! – Lara se sentó en su pupitre y se frotó las manos - ¡Cuánto me hubiese gustado poder ver su cara!
- No fue para tanto… Solamente me negué a cederle mi asiento.
- ¿Bromeas? – abrió los ojos de forma exagerada y amplió la sonrisa - ¡Eso le tuvo que fastidiar más que cualquier otra cosa! – y explicándose mejor tras ver la cara de confusión de Marisa - Solamente se sienta ahí por Lucas… para estar cerca de él y esas tonterías.
- ¿Y qué gana con eso? – preguntó aún sin comprender muy bien.
- No sé. Nada, supongo… pero ella se cree que tiene alguna posibilidad con él – contestó a la vez que empezaba a descargar sus libros sobre la mesa - ¡Qué ilusa! Los chicos como Lucas no se fijan en niñas de su edad…
- ¿Niñas de su edad? – Marisa rió ante esa expresión – Niñas de nuestra edad querrás decir.
- Bueno, pero nosotras no babeamos como idiotas cuando lo tenemos delante… - y señalando a Marisa con el dedo de forma amenazante - ¡Mas te vale que no babees! Me daría vergüenza ir contigo si te empiezas a comportar como ellas…
Volvió a reír y abrió el libro de literatura por la página que tocaba. Le hacía gracia la forma de hablar que tenía Lara, como si fuese por lo menos tres años mayor que las otras chicas.
- Jaime también me ha dicho que la vas a liar con el equipo – continuó diciendo la pelirroja.
- Me parece que tu primo es un poco cotilla…
- ¿Pero la vas a liar o no? – siguió insistiendo, ignorando el comentario de Marisa.
- ¡No! – la miró con los ojos muy abiertos - ¿Qué os pasa a todos? No es para tanto querer jugar al fútbol…
- Bueno, pero que sepas que yo te apoyo. – y como si hablase consigo misma – No tengo ni idea de fútbol, pero todo sea por llevar la contraria al colegio…
Marisa volteó los ojos y fijó la vista en el texto que tenían que analizar. Se había pasado de bocazas con Jaime… había sido muy fácil decir que iba a pelear para que la dejasen jugar, pero a la hora de la verdad seguramente no se atreviese a hacer nada al respecto.
Habían terminado de comer y les quedaba una hora libre hasta la siguiente clase, así que ahora se encontraban detrás de Jaime camino del polideportivo. A cada paso que daban, Marisa se convencía más de que aquella era una pésima idea. Recordó a su anterior entrenador, un hombre alto y fuerte, y supo que no podría haberse enfrentado a él; imponía demasiado… Y no sabía cómo sería este, pero el simple hecho de tratarse de un completo desconocido ya la echaba para atrás.
Entraron en el pabellón y Lara la miró con el ceño fruncido. Rebeca y todo su séquito estaban a unos metro de ellas, en mitad de la pista. Y no eran las únicas… había otro grupo, de un curso inferior, a los pies de las gradas y mirando hacia la rubia con visible incomodidad.
- ¿Qué hacen aquí? – preguntó Lara casi para sí misma.
Ambas miraron a Jaime, pero él no parecía hacer caso a nada de lo que ocurría a su alrededor, seguía caminando con paso decidido y con gesto de resignación. Lo siguieron y llegaron hasta la mesa, Jaime se detuvo a un par de pasos y Lara carraspeó para llamar la atención de Rebeca, quien giró la cabeza y torció el gesto al descubrir que eran ellas dos las que estaban tras su espalda.
- ¿Acaso ahora te gusta el fútbol, Rebeca? – Lara se cruzó de brazos y alzó una ceja.
- No menos que a ti, supongo – contestó la rubia - ¿Qué hacéis aquí?
- Estamos con Jaime.
Rebeca lo miró y sonrió de forma burlona. Por su expresión, Marisa dedujo que tampoco Jaime era santo de su devoción.
- ¿No te cansas de apuntarte todos los años, Jaime? No sé ni para qué te esfuerzas, ni siquiera te sacan de suplente…
- ¡Métete en tus asuntos! – intervino Lara en defensa de su primo.
- Uy, por lo que veo ni siquiera eres capaz de defenderte solo. - Rebeca chasqueó la lengua y movió la cabeza hacia ambos lados con cierta lástima – Qué pena que tengas que depender de tu prima y de su amiga “la nueva”.
Lara entornó la mirada y se preparó para soltar una buena respuesta, pero Jaime se le adelantó y la miró con fijeza, indicándole que lo dejase estar. Esperó a que Rebeca se alejase unos metros, cogió una hoja de inscripción y empezó a rellenar el formulario.
Marisa observo a los dos primos durante unos minutos. Eran completamente diferentes… Jaime iba a lo suyo y poco parecía importarle cualquier cosa que no tuviese que ver con lo que se traía entre manos en cada momento. En cierto modo, envidiaba su manera de abstraerse; por mucho que ella lo intentase, sabía que nunca iba a poder ser completamente indiferente a lo que los demás pensasen.
Y en cambio Lara saltaba a la mínima. No es que tuviese en cuenta lo que Rebeca pensase de ella, pero no podía hacer como su primo e ignorar por completo los comentarios de la rubia.
- ¡Hombre, Bárcena! – esa exclamación rompió el silencio en el que se habían sumido. Marisa sacudió la cabeza y se giró hacia la mesa - Ya se me hacía raro que no hubieses pasado antes a apuntarte.
Jaime entornó la mirada y le entregó a Lucas el papel. Rebeca se había acercado de nuevo a ellos, sonriendo de forma empalagosa. Ahora entendía la razón de que estuviesen todas en el polideportivo.
- ¿Vienes con ganas este año? – preguntó Lucas sin dejar de sonreír.
Marisa le miró y no pudo evitar fruncir ligeramente el ceño. Parecía sincero… pero después del comentario de Rebeca le costaba creer que alguien se interesase por las ganas de jugar de Jaime.
- ¿Tú eres el nuevo entrenador? – Jaime le miró de tal forma que no fue difícil averiguar que la idea no le entusiasmaba en absoluto.
- ¿No es genial? – contestó Rebeca sin darle opción a Lucas – La verdad, ya iba siendo hora de que renovasen al viejo carcamal…
- ¡Gustavo no era ningún carcamal! – le defendió Jaime.
- Sí, claro… lo que tú digas – dijo de igual forma que si le daría la razón a un loco.
- ¿Y tú qué? – intervino Lara – ¿Uniendo fuerzas para crear un equipo femenino ahora que el entrenador es Lucas?
En vez de contestar nada, la rubia se limitó a fruncir los labios y a entornar los ojos, lanzándole a Lara una mirada envenenada. Jaime agarró a su prima del brazo e intentó tirar de ella hacia la entrada del polideportivo antes de que terminase causando algún follón, pero Lara se soltó de él y se giró hacia Lucas.
- Nosotras también queremos apuntarnos – anunció, apoyando ambas manos sobre la mesa.
Marisa abrió los ojos de forma exagerada y le pegó a Lara un codazo en las costillas. Tanto Jaime como Lucas las miraron con sorpresa, pero eso a su amiga no parecía importarle demasiado. Cerró los ojos y se tapó la cara con las manos, si no hubiese abierto la boca delante de Jaime la tarde anterior ahora no estarían pasando por esa situación.
- ¿Apuntaros a qué? – preguntó Lucas con cierto tono de humor en su voz.
- Al fútbol, por supuesto.
Lucas se tomó su tiempo antes de contestar. Respiró hondo y miró de una a otra alternativamente, como si no supiese si tomarse en serio las palabras de Lara o, si por el contrario, se trataba solo de una tomadura de pelo.
- Eso no es posible.
- ¿Por qué? – insistió la pelirroja, dispuesta a no ser la primera en dar su brazo a torcer.
- Lara, nos conocemos de hace mucho y sabes que no me gustan las bromas – Lucas recogió el resto de papeles que había sobre la mesa y los apiló todos en un montón. No estaba dispuesto a prestarles más atención de la necesaria – Se está haciendo tarde y las clases van a comenzar, deberíais regresar al edificio principal.
- ¡Todavía queda bastante para que comiencen las clases!
Jaime volvió a tirar de Lara, pero al comprender que su prima se seguía resistiendo le lanzó a Marisa una mirada suplicante. No le sirvió de nada… Marisa se había cruzado de brazos y miraba hacia Lucas con la misma expresión de furia que Lara tenía pintada en la cara.
- ¿Me estás hablando en serio?
Lara alzó la barbilla y respondió con otra pregunta.
- ¿Acaso tengo pinta de estar bromeando?
Lucas dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, aunque Marisa no fue capaz de decir si es que se estaba riendo de ellas o si la carcajada había sido a causa de la frustración. Si era sincera, tenía que reconocer que no parecía estar disfrutando demasiado…
- ¿Esta es otra de tus artimañas para llamar la atención? – se adelantó Rebeca antes de que Lucas pudiese darles una respuesta.
- No estamos hablando contigo – contestó Lara a la vez que entornaba la mirada – Y si aquí hay alguien propenso a llamar la atención, esa eres tú.
- Eres de un amable…
Lara chasqueó la lengua con fastidio y se giró de nuevo hacia Lucas, quien las estaba mirando a ambas como si no hubiese comprendido ni una sola de las palabras de Lara.
- ¿Nos apuntas o no?
- ¡Pero si tú no sabes jugar al fútbol! – siguió insistiendo Rebeca.
- Vamos a ver… - Lara parecía a punto de perder la poca paciencia que le quedaba - ¿Acaso no entiendes la expresión “MÉTETE EN TUS ASUNTOS”?
- Rebeca tiene razón – puntualizó Lucas - ¿Desde cuándo te gusta jugar?
La rubia las miró con petulancia y le dedicó a Lucas una sonrisa radiante. A Marisa le dieron ganas de borrársela de un manotazo… a cada minuto que pasaba, se cercioraba más de lo insoportable que podía llegar a ser Rebeca.
- Venga, Lara – Jaime la cogió por el codo e intentó persuadirla – Si sabes que no vas a lograr nada, mejor nos vamos.
- ¡No me lo puedo creer! – se sacudió el brazo y miró a su primo - ¿También tú te pones de su parte?
- Yo no me pongo de ninguna parte, simplemente te digo la verdad – se encogió de hombros -, sabes que no vas a conseguir entrar en el equipo.
- Eso me lo tiene que decir él. – cruzó los brazos por delante del pecho de forma tozuda y miró a Lucas, expectante.
- Ya sabes la respuesta – contestó sin molestarse en mirarla a los ojos.
- ¡No es justo! – protestó ella - ¡Vamos, Lucas! ¡Sabes que tiene que haber más de media docena de chicas que jueguen mejor que el idiota de mi primo!
- ¡Eh! – se quejó Jaime - ¡Conmigo no te metas!
- No. – Lucas la miró, intentando sonar lo más contundente posible – Ya sabes cuales son las reglas.
- ¡Pero nosotras queremos jugar! ¡No es justo! – volvió a repetir una vez más.
- No vais a jugar y punto.
- ¡Eso es lo que tú te crees!
- ¡Lara! – gritó Lucas, seguramente cansado de repetir tantas veces lo mismo - ¡No podéis! No sigas insistiendo porque lo único que vas a lograr es hacer que me enfade.
- ¿Cómo es que ahora te ha dado por el fútbol? – Rebeca apenas podía contener las ganas de echarse a reír. Debía de estar disfrutando más que nadie con todo aquello – Mira, nosotras hemos montando un equipo de animadoras… - y mirándolas de arriba abajo – Dudo mucho que cumpláis los requisitos, pero siempre podréis ser las encargadas de lavar los uniformes… o ahora que lo pienso, quedaríais perfectas con el uniforme de la mascota del colegio.
Se quedaron observando a Rebeca un par de segundos. Lara arrugó la frente y torció el gesto de igual forma que hubiese hecho de haber descubierto junto a ella algo que le produjese náuseas.
- ¿Es que es idiota? – le preguntó a Marisa, ignorando por completo a las otras tres personas que se encontraban junto a ellas – No le hagas caso, créeme cuando te digo que lo mejor es ignorarla.
- ¿Un equipo de animadoras? – se interesó Jaime – Nuca habíamos tenido uno. Según Gustavo, para lo único que sirven es para meter ruido.
- Pero ahora el entrenador soy yo, no Gustavo.
- ¿Cómo? – Lara abrió la boca exageradamente y señaló a Lucas de forma acusadora - ¿Tú has autorizado la creación de un equipo de animadoras?
- ¿Qué problema tienes con eso?
- ¡Pues que entonces también deberías autorizar la creación de un equipo de fútbol femenino!
- No es lo mismo.
- ¿Y por qué no? – frunció los labios con desaprobación - ¡Sería lo justo!
- No es lo mismo – repitió de nuevo con tono tajante.
- Ya, claro… nosotras no nos ponemos a babear como bobas cada vez que tú apareces – y entrecerrando los ojos - ¡Pero si quieres puedo babear, eh! No creo que me cueste demasiado imitar esa faceta de Rebeca, de seguro es la cara más estúpida que tiene…
- ¡Serás idiota!
Rebeca la empujó de forma poco digna y se alejó con paso rápido hacia donde se encontraban sentadas sus amigas. Lara volteó los ojos y Marisa contuvo una carcajada. Eso al menos serviría para mantener a la rubia alejada de ellos hasta que saliesen del polideportivo, no creía que hubiese sido capaz de aguantarla durante mucho más rato. Tanto Jaime como Lara tenían la misma expresión que ella, pero Lucas, sin embargo, estaba mucho más serio de lo que había estado durante toda la discusión.
- Te has pasado – susurró Jaime al oído de su prima.
- ¡Oh, vamos! – lo reprendió ella - ¡No seas pardillo, Jaime!
- Tu primo tiene razón, Lara – intervino Lucas con tono seco – Ese comentario estaba completamente fuera de lugar.
- Si ella no hubiese estado metiendo las narices donde nadie la llama – se defendió -, no habría tenido que escuchar nada.
- ¿Sabes? No me importa, ahora mismo te vas a disculpar.
- ¿Qué? ¡Ni loca!
Lucas se cruzó de brazos y la miró con fijeza, pero Lara no se dio por aludida.
- Mira, si quieres me disculpo contigo, pero a Rebeca no le debo nada. – recogió su mochila del suelo y se alejó un par de pasos, caminando hacia atrás para no darle la espalda a Lucas - ¡Y que sepas que voy a seguir insistiendo con respecto al fútbol!
- No pierdas el tiempo, Lara. – añadió Lucas antes de que se hubiese alejado demasiado - Sabes tan bien como yo que es imposible que dejen que las chicas entren a formar parte del equipo masculino. Y ni hablar de crear un equipo femenino… - echó una ojeada a las estudiantes que aún quedaban por el polideportivo y miró a Lara de forma cómplice - ¿Acaso crees que alguna de ellas es capaz de pegarle una patada a un balón?
Lara dejó escapar media sonrisa y se encogió de hombros antes de dar media vuelta hacia la entrada del polideportivo.
Marisa resopló con desánimo y se colgó la mochila al cuello. Puede que resultase técnicamente imposible que pudiese jugar al fútbol durante ese curso, pero eso solamente conseguía que su decepción se incrementase. Sin duda, el año se iba a hacer mucho más pesado si no podía contar con el deporte como medio para expansionarse.
- ¡Eh, tú! – la voz de Lucas hizo que se detuviese antes incluso de que tuviese tiempo de darle la espalda - ¡La nueva!
- ¡Me llamo Marisa! – gritó con exasperación a la vez que se giraba para mirarle de frente.
Lucas frunció el ceño con algo de sorpresa, pero ella lo ignoró y bufó de mala gana. Solamente llevaba dos días en el colegio y ya se había hartado del calificativo “la nueva”. En lo que llevaban de mañana, se habían referido a ella de esa forma lo menos una docena de veces.
- Lo siento, MARISA – repitió con cierto retintín y con una sonrisa dibujada en sus labios -, no lo sabía.
- Bueno, pues ya lo sabes… - agachó la cabeza y pasó una mano por la superficie de la mesa - ¿Qué querías?
- Se te olvidaba esto – contestó a la vez que le tendía un taco de hojas.
- Buff, las fichas que me han pedido que rellene para los profesores – las cogió y las echó un vistazo rápido. Lo único que la hubiese faltado era haberlas perdido – Tengo que pasarme por secretaría antes de que comiencen las clases de por la tarde…
- Te las puedo llevar yo si quieres.
Marisa le miró y frunció el ceño con algo de desconfianza.
- No, gracias… No es necesario.
- A ver… ¿sabes dónde está secretaría?
Se rascó la frente al tiempo que intentaba pensar. El día anterior había tenido que ir en un par de ocasiones, pero por mucho que lo intentase, en esos momentos era incapaz de recordar el camino exacto.
- Lara me acompañará…
- ¿Y dónde está Lara?
Abrió la boca con confusión y dio un rodeo sobre sí misma. No había ni rastro de Jaime ni de Lara en todo el pabellón. Genial… ahora no solo tenía que encontrar secretaría, sino también el camino de regreso a las aulas.
- Trae anda, tengo que llevar las inscripciones y no me cuesta nada dejar eso tuyo también – y antes de que Marisa tuviese tiempo a replicar, le arrebató las hojas de entre las manos – Ahora sal y ve todo recto hasta el primer edificio, desde ahí supongo que no encuentres pérdida para llegar a tu clase.
- Bueno… pues gracias… -balbuceó de forma torpe antes de echar a andar hacia la salida.
- ¡Por cierto! – gritó él antes de que desapareciese a través de la puerta – Yo me llamo Lucas.
Marisa volvió a fruncir la frente y le miró por última vez antes de salir a la calle. Él curvó los labios en una sonrisa y se volteó en dirección contraria a la suya. Si tenía que buscar algún adjetivo para definir a Lucas, sin duda elegiría extraño. En lo poco que llevaba en el colegio, aun no se había topado con nadie tan confuso como él. No conseguía entender muy bien su pose… Entrenador serio y malhumorado unos minutos y chico de los recados amable y educado al poco rato. No había conocido a mucha gente todavía, pero estaba segura de haber dado con las personas adecuadas al cruzarse con Jaime y Lara. No le era necesario ver mucho más para saber que los dos primos eran de lo mejorcito de la escuela.