domingo, 14 de marzo de 2010

Prólogo


E



staba a un par de calles del punto de encuentro habitual y pese a que iba bastante bien de tiempo, sus piernas se aceleraron como por un impulso y echó a correr a través de los transeúntes. Sentía la urgencia creciendo en su estómago… algo que le ocurría cada vez que se citaba con ella. No importaba que la hubiese visto esa misma mañana o que el día anterior lo hubiesen pasado juntos, la necesidad de tenerla a su lado superaba siempre cualquier otra cosa que pudiese sentir.
Se detuvo cuando el aire comenzó a faltarle y apoyó las manos sobre sus rodillas, flexionando el tronco y agachando la cabeza. Posó la vista en sus viejos zapatos, casi agujereados, y en sus pantalones desgastados y recordó, una vez más, las innumerables diferencias que había entre ambos. Distintos ambientes, distinta educación, distintos ideales… se podía decir que él no encajaba en su mundo y que ella tampoco podía hacerlo en el de él, pero lo único cierto era que ambos sentían que sin el otro nada tenía sentido.
Respiró hondo y poco a poco fue recuperando el aliento hasta conseguir respirar de nuevo con normalidad. Se irguió y terminó de torcer la esquina que le faltaba para llegar al pequeño descampado que había al final del puerto. Él siempre era el primero en llegar… era como una especie de rutina. Llegaba y se sentaba a esperar unos diez minutos, justo el tiempo que tardaba ella en aparecer. Y ese día no iba a ser diferente… Se sentó en el mismo banco de cada tarde y cerró los ojos, dejando que el sol pegase de lleno sobre su rostro. Le encantaba el sol… le hacía sentir más vivo. Y le encantaba la tranquilidad de aquella zona. Quizás por eso había sido siempre el lugar que elegía a la hora de los encuentros. El sonido de las gaviotas volando por encima del mar, las olas rompiendo contra el embarcadero, la claridad del sol… siempre conseguía Después de que pasase un rato, se levantó con nerviosismo y metió la mano en el holgado bolsillo de su pantalón. Sacó un viejo reloj que había heredado de su abuelo y miró la hora. Se estaba retrasando más de lo normal…
Intentó convencerse de que nada estaba pasando. Tenía que calmar sus nervios… Ella no vivía cerca y tenía que hacer el trayecto desde su casa hasta ahí a pie. Era lógico que en algunas ocasiones tardase más de la cuenta.
Entonces, el sonido del motor de un coche llamó su atención. Irguió la cabeza por instinto y agudizó el oído. No conocía a nadie de esa zona de la ciudad que tuviese coche. Aquello no Esperó unos segundos y otro joven, más o menos de la misma edad que él, apareció al fondo del descampado. Sintió como se le cortaba la respiración cuando avanzó lo suficiente como para poder reconocerlo. Tomó aire e hizo fuerza por sostenerle la mirada. Los fríos ojos azules, que contrastaban con los suyos propios, parecían traspasarle de igual forma que lo haría la hoja de una navaja.
- ¿A qué has venido? – alzó la barbilla de forma desafiante y entornó la mirada. Estaban en su terreno, en su ambiente, y no iba a permitir que nadie se creyese con derecho de pasarle por encima; por mucho dinero que pudiese tener…
El otro muchacho, sin reducir ni una pizca la hostilidad de su mirada, se limitó a extender el brazo y a mostrarle una especie de cuaderno. Lo reconoció al instante y sintió como la rabia iba creciendo a cada segundo. Rabia, frustración, miedo, angustia… demasiados sentimientos como para ser capaz de poder controlarlos todos.
Era su diario… no sabía cómo había conseguido hacerse con él, pero que se trataba del diario de ella era algo de lo que estaba seguro. Se había pasado tardes enteras viendo cómo escribía en él… e incluso habían llegado a leer juntos algún fragmento. Por un momento sintió verdadero pánico. Podían haberlos encontrado paseando de la mano, abrazados o incluso besándose y no hubiese sido peor leer esas páginas. En esas hojas se revelaba mucho más que lo que una simple imagen podía mostrar…
Con la mayor rapidez que le fue posible, estiró su brazo e intentó arrebatarle el cuaderno, pero no llegó a tiempo y su oponente se lo guardo de forma apresurada en el interior de su chaqueta.
- No tienes ningún derecho… - intentó con todas sus fuerzas que su voz no temblase al hablar. Ante todo, tenía que mostrar seguridad - ¡Eso es íntimo!
- Íntimo y personal – repitió casi con sorna - ¿Sabías que habla casi más de ti que de ella en su diario? – y mostrando su desprecio en el tono de voz – Resulta patético.
Apretó los labios con fuerza y se mordió la lengua. No podía perder los papeles… No si quería conseguir algo después de aquél encontronazo. Porque no conocía demasiado a su familia, pero los veía capaces incluso de hacer algo que la perjudicase a ella de forma directa. Y por encima de todas las cosas, tenía que salvarla. Tenía que hacer todo lo que estuviese en sus manos para volver a tenerla de nuevo a su lado… porque sin ella, todo lo demás perdía importancia.

1 comentario:

  1. ¡Dios mío y yo sin saber que contabas con un blog tan maravilloso como éste! La historia es de lo mejor que he leído en mucho, mucho tiempo. Un abrazo.

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